Hoy, mientras recogía la ropa del tendedero, noté a
unos caballeros que trabajaban en la obra a unos metros de mi casa. También
observé una dama que al igual que yo, se desempeñaba en los quehaceres de un
hogar. Y me pregunté: Cuando esos hombres nos observan a ambas, dado que ningún
tenemos uniformes de domésticas que nos identifiquen, ¿sabrán si somos o no las domésticas o somos las
propietarias de las casas? Creo que a juzgar por las apariencias nos
catalogarían a ambas por igual, y lo más seguro es que afirmarán que somos las
domesticas, porque no hay nada que nos distinga. En ese momento no estamos
maquilladas, no vestimos ropa elegante, no usamos tacones,
somos simples mujeres desempeñándonos en una labor, usando la ropa que esta
amerita. Y pensando en ello, me convencí de que muchas
veces nos agrupamos en clases sociales, niveles intelectuales, sectores
económicos y un sin número de categorías, que nosotros los hombres hemos
creado para diferenciarnos, y en muchos casos, lamentablemente hemos atropellado, discriminado y
lastimado a otros con nuestras acepciones.
Y es que sabemos que Dios no
hace acepción de personas, para El
todos somos iguales. Frente a SU
GRANDEZA nadie
es rico ni pobre, alto ni bajo, grande o pequeño. Frente a Él no somos domésticas
o dueñas, empleados o jefes, generales o rasos. Para EL
NO SOMOS DISTINTOS sino que simplemente
somos SUS HIJOS, a
quienes no nos cataloga por nuestras apariencias o pertenencias, sino más bien POR LO QUE HAY EN NUESTRO CORAZÓN. (Gal. 2:6 / 1
Samuel 16:7)
Dios te bendiga hoy y siempre
Anibal e
Iverka Burgos
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