¿Alguna vez te has sentido tan triste que pierdes hasta el sentido de tu vida? ¿Esa tristeza que te mantiene tan lejos del mundo, de tus amigos, familia y todo lo que te rodea estando tan cerca? Es como si te ausentaras para estar a solas contigo mismo lamentándote y llorando hasta quedar sin fuerza alguna para continuar. Hoy escribo basada en la situación particular de una amiga, pero creo que representa la situación en la que de muchos de nosotros hemos estado alguna vez.
En Juan 20:11 al 16 se narra el amargo momento cuando María Magdalena y los discípulos llegaron a la tumba de Jesús y la encontraron vacía. Solo sus vendas quedaron allí y mientras todos se marcharon, ella quedó postrada en aquel lugar llorando tristemente por no encontrar el cuerpo de Jesús. Imagino el dolor que embargaba su corazón en ese momento, pero tanta era su tristeza que no pudo reconocer la presencia del mismo Jesús cuando apareció frente a ella ya resucitado. Apenas dijo esto, volvió la mirada y allí vio a Jesús de pie, aunque no sabía que era él (Juan 20:14).
Esas situaciones son tan fuertes que además de que nos alejan de todos no nos dejan notar que Dios siempre está a nuestro lado y que nunca nos abandonará. El cumple todas sus promesas, pero muchas veces estamos tan sumergidos en nuestros problemas que nos olvidamos de ellas, como le paso a María. Jesús, aunque se marchó para un día regresar, nos dijo antes de partir: Y yo le pediré al Padre, y El les dará otro Consolador para que los acompañe siempre (Juan 14:16).
Oración: Señor, gracias por tu presencia en nosotros, aun cuando no podemos reconocerte. En el nombre de Jesús, amén.
Anibal e Iverka Burgos
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